LA GRAN MURALLA
«Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte.» (Miguel de Unamuno)
Se trata de una de las experiencias más curiosas que se pueden vivir, el tramo de una zona llamada Badaling que es a su vez la más turística pero esto no la hace menos ‘muralla’. Cuando se hace mención a algo denominado turístico suele hacerse de forma peyorativa, pero, en este y en otros muchos casos, es la mejor y más cómoda forma de hacerlo para el turista ‘normal’. Luego está el turismo más ‘especializado’, léase mochilero o aventurero, que tiene su edad y su momento…
La zona de Badaling es una parte de la muralla que ha sido adecuada para el fácil acceso a la visita de grandes cantidades de gente. La visita a la Gran Muralla se debe de hacer a primera hora, debido a que después la aglomeración hace que la subida sea tediosa. He tenido el privilegio de visitarla en noviembre, marzo y agosto y, en todas las ocasiones, he sufrido las inclemencias del tiempo, el calor. Si bien en noviembre, al principio de la subida, hacía algo de fresco, a medida que fueron avanzando el día y la subidita… Aunque es sin duda en la bajada cuando se hace algo más ‘incómodo’, pues las piernas se cargan con el esfuerzo de la subida.
El tramo habilitado para la visita es de 1500 metros en cuesta arriba pronunciada, de los que los últimos 200 suponen una rampa con no mucha pendiente. Ésta es la parte menos ‘dura’, pero no deja de serlo después de lo anterior. Existen 8 atalayas que servían como puestos de vigilancia o aposentos para las tropas. Una de las preguntas que siempre se hace el visitante es: «¿cómo era posible que un soldado pertrechado y armado pudiera combatir en caso de emergencia después de desplazarse de una atalaya a otra, cuesta arriba, con esos escalones?»
Aunque cuesta abajo tampoco debía de ser ‘moco de pavo’… De hecho, al empezar la visita se suben esos escalones asimétricos que desfondan al más ‘pintao’, pero la vuelta, cuesta abajo y con el tembleque de las piernas después del esfuerzo… A partir de la cuarta atalaya, la vista no varía demasiado, pues la ascensión se hace más suave y con menos pendiente, y a partir de la séptima llega la rampa mencionada. Mientras que los turistas de otros países se lo toman con calma, el turista español (y más si va en grupo) se va ‘picando’ con absurdas apuestas del tipo «una cerveza a que no pasas de la cuarta atalaya» y claro, se llega a la octava pero, eso sí, ‘derrengaos’ aunque contentos de haber superado la prueba.
En la parte baja, al inicio de la escalinata, se pueden obtener souvenirs como una plaquita que certifica la subida del tramo citado, y también es posible hacerse fotos con indumentaria militar y ropas chinas. No es más que una ‘turistada’, pero, ¿por qué no? Luego estas fotitos y recuerdos se agradecen, y pasas un momento de risas con toda la parafernalia de los disfraces, atuendos y atavíos.
En China existen 55.000 kilómetros de murallas, y la Gran Muralla tiene una extensión aproximada de 6.500, pues el resto de murallas se encuentran en ciudades que estaban originalmente amuralladas como Xian, de la que hablaremos más adelante.
Esta visita a las murallas es una de las imprescindibles cuando se va a China, pues no solamente resulta impresionante la obra arquitectónica en sí sino también pensar en lo que debió de suponer en coste humano tal construcción. En la zona mencionada se recorren solamente 1’5 kilómetros, pero se pueden contemplar las vistas del resto de tramos coronando la cresta de las colinas vecinas.
Sin más, os recomendaría que en esa cuarta atalaya hicierais un prolongado alto en vuestra ascensión para disfrutar del impresionante paisaje de esta majestuosa obra humana.
Ramón García Inguanzo
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PASEO POR HUTONG
«Vive cada día de tu vida como si fuera el último… un día acertarás.» (Proverbio chino)
Si vais a Pekín, la ciudad que ellos llaman Beijing, no dejéis de dar un paseo por el barrio de Hutong en riksho, la bicicleta con un carrito para dos personas. Para ello, debéis dirigiros a las torres del Tambor y de la Campana y contratar un paseo por la parte antigua de la ciudad. Este barrio es también conocido como el barrio mongol, pues éstos invadieron China en tiempos de Gengis Khan y se establecieron es esta parte de la ciudad, la que está al oeste y al norte de la plaza de Tian-An-Men, mientras que la parte norte y este es el barrio antiguo chino.
La experiencia es sumamente agradable, y se circula por las callejuelas del mencionado barrio hasta terminar con la visita a una casa de una familia que os recibe y, normalmente, os invita a té (chino, naturalmente). Para los ‘aventureros’, debemos decir que el idioma en este país es harto complicado y que, además, lo del inglés… Ni lo hablan ni lo entienden, por lo que la excursión deberéis contratarla a través de un guía que hable inglés (es más barata) o español, con un coste de la excursión en español en torno a los 15€ por persona.
Mi experiencia incluyó la subida a la torre del Tambor, que servía para anunciar las horas. Así, cada hora, se tocaba un tambor enorme que se encuentra en la parte superior de la torre (la subidita de la escalera de marras tiene tela, pues si no recuerdo mal se trata de 64 escalones de un porte considerable). En esta parte del edificio, existe un balcón desde el cual se tiene una vista de la ciudad y se es consciente de la famosa contaminación de la misma. El paseo se inicia a la bajada de la visita a la Torre, pasando por las mencionadas callejuelas, hasta llegar a un parque con un lago, el lago de la Tranquilidad, que hace honor a su nombre. En éste, los chinos practican tai-chi-chuan por las mañanas (más o menos a las 4:30 a.m.), por lo que a pocos occidentales los pillaréis en estos menesteres, que serán muy saludables, pero… Una vez que se está un buen rato disfrutando de este entorno, se prosigue a la mencionada casa familiar (en mi caso, estaba solamente la abuela porque el resto de la familia estaba en sus quehaceres) y se vuelve a la plaza desde la cual se empezó el paseo.
Sin ser nada del otro mundo, este paseo es algo que nos hace tener conciencia de la evolución de la China tanto antigua como del más profundo régimen comunista, puesto que se ven edificios destinados a servicios comunes como cocinas o baños comunales. Estos servicios están en vigor hoy en día y, a pesar de la precariedad de este tipo de dependencias en las viviendas, dicen los chinos que quien posee una propiedad en este barrio, por el valor del suelo, es rico en potencia.
Es común ver también, si está cercana la hora de la comida, cómo los chinos son tremendamente ‘callejeros’, y cómo hay un constante deambular de un sitio o de una casa a otra con el cuenco de arroz y los palillos. Por costumbre, van de una casa a otra a ver y probar la comida del vecino. La primera idea y lucha de Mao fue que todo chino tuviera un cuenco de arroz para comer, con el objetivo de erradicar las hambrunas del país (la última a mediados de los años 50 del pasado siglo), por lo que se comparte el que pruebes la comida del vecino. Por cierto, los chinos no comen cosas raras solamente, no olvidemos nuestra criadillas o caracoles o ancas de rana o erizos o sesos… Su dieta es muy rica y su base son el cerdo, el pollo, el pescado y la carne de vacuno, que son chinos pero no gilipollas. Eso sí, a veces el aspecto es un poco raro, pero mi recomendación es: cerrad los ojos y probadlo, que os va a gustar. El único sitio ‘complicado’ de China para la comida es la provincia de Cantón (el nombre de Pekín es la palaba cantonesa), en la cual las circunstancias históricas han hecho que su dieta sea muy ‘variada’ en alimentos ‘raros’.
Por el momento, nada más, os seguiré contando.
Ramón García Inguanzo